domingo, 26 de junio de 2011

Noche intermitente

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           Aún recuerdo aquella escena. Está gravada en mi mente como una marca indeleble. La he recordado durante mucho tiempo, tan hermosa e intacta que recuerdo todos los detalles o, al menos, los más relevantes para mi. Para ese tiempo yo era solo un muchacho, estaba cursando el bachiller o secundaria, en tercero. Mi edad era de 16 años.


          Esa noche estaba oscura y desolada, la energía eléctrica se había ausentado. Eran más o menos las 7:30 PM. Estaba en mi casa, ubicada en Buena Vista, Distrito Municipal de Jarabacoa, Municipio de la Vega, provincia de la  República Dominicana. Estaba en la sala, en donde se encontraba un pequeño juego de comedor de seis sillas de color caoba, que realmente eran de pino, acompañadas de una mesa. También, en la sala habían un juego de cuatro mecedoras de madera, también pintadas de color marrón caoba, con unos cómodos cojines que acomodaban las nalgas y la espalda. Ese era mi lugar preferido, sentado en una de esas mecedoras. Las utilizaba para descansar, meditar, estudiar, comer y para realizar un gran número de actividades placenteras. Generalmente me sentaba en posición de frente a la puerta para poder observar la calle.


          Estaba sentado en una de esas viejas mecedoras de mi madre que mecía mi cuerpo, mientras observaba una pintura colgada en la pared. Era el retrato de una casa de campo que se encontraba situada cercana a un hermoso río. Era uno de esos ríos que solo se ven en las pinturas. La casa estaba construida de ladrillos rojos y blocks. Su tejado era color ladrillo. Rodeada de varias flores muy hermosas, de color violeta, amarillo y rojo, daban a la casa una imagen de limpieza y paz. En la pintura además, aparecían unas tres personas: una señora, un señor mayor como de unos sesenta años y otro señor más joven, este como de unos treinta y cinco años. La señora y el señor mayor estaban sentados en la galería frontal de la casa. Mientras el señor mayor veía como el agua corría por el río, la señora alimentaba a unas gallinas regando unos granos de maíz entero. El señor más joven tenía la apariencia de un caminante que solo pasaba por el lugar con la mirada abajo.


          No recuerdo la razón por la que decidí pasar a la parte frontal de mi casa. Seguro fué por una de esas ideas locas que uno decide seguir. Allí estaba el colmado de mi madre. "Colmado la esquina", decía el gran letrero de color amarillo y verde que estaba en la pared delantera, había sido pintado por Tomás. Tomás, aún lo recuerdo, un gran pintor. Todavía estará realizando sus actividades de pintura y publicidad. Recuerdo que cuando tenía trabajos cerca de allá, yo me le acercaba a observar sus pinceladas. Siempre recojía varias sobras de pintura y algún viejo pincel para mi, cuando yo era solo un niño, etapa en que uno tiene muchos sueños. Yo le admiraba y pintaba pequeños letreros con el entusiasmo de hacerlos igual que él. Recuerdo ver a mi madre enfadada por que le había "ensuciado" alguna pared con mi supuesto arte de pintor.


          Estando en el frente de mi casa, que pudiendo pasar por la puerta que se encuentra dentro de la casa, decidí pasar por la de afuera, iba caminando como noctámbulo, con unos pasos que mostraban un estado de ánimo como del que no quiere llegar a su destino. El barrio a oscuras se veía más triste de lo acostumbrado. Sin ruidos de radios o televisiones, solo se escuchaban los sonidos de los grillos; los sonidos de la noche. Al mirar al cielo pude ver que el firmamento estaba estrellado y pensé que, como decía mi madre, esa noche no llovería.


          Llegando al frente de mi casa vi que de las dos puertas que habían, solo una de ellas estaba abierta, señal de que nos iríamos a la cama pronto. Cuando pasé por el frente de la puerta pude ver a mi madre conversando con dos señores: Ramón y Eugenio. No presté mucha atención a ellos, así que continué moviendo mis pies de forma paulatina, aunque no tenía un rumbo o dirección en mi cabeza. Con mis manos en los bolsillos y con la cabeza y la mirada hacia abajo pude ver como se acercaban unos pies femeninos hacia mi.
--Hola Angela --dije con gran regocijo.
--Hola Manuel --dijo ella con mayor entusiasmo.


          El encontrar a Angela aquella noche me regocijó, fué como la alegría de la noche. Tras el saludo me sentí impulsado a abrazarla fuertemente, y así lo hice. Ella correspondió a  mi abrazo. Pude sentir como sus manos apretaban mi espalda y como sus pechos se encontraban con el mio. Fué un abrazo con tanta entrega. Endulzó mi noche por completo y lo seguiría haciendo en muchos otros momentos de mi vida. Todavía no entiendo por qué ese simple abrazo me encantó tanto.


          De solo pensar y recordarlo, mi nariz disfruta de ese tan agradable olor; el de sus cabellos. Ella, con un abrigo rosado claro y con sus cabellos rizados y húmedos llenó el ambiente con ese olor tan agradable. Daba la idea de que se acababa de lavar la cabeza, olía a limpia. De solo pensar, mientras escribo estas letras, en ella, puedo volver a sentir ese olor y remover esos recuerdos en mi mente.


          A veces, cuando menos lo espero, cuando estoy triste o aburrido recuerdo aquel abrazo y el olor de sus cabellos y se me alegra la vida. ¡Que hermosa es la vida!, ¡que bello es poder vivir experiencias como esa!, que bien se siente entregar lo poco que se tiene con sinceridad. Su entrega en ese abrazo fue, en esa noche, mejor que cualquier regalo material para mi, me llenó de admiración y cariño hacia ella.


          Bastaron solo segundos para que se acabara aquel bello momento. Pasaran años y años y ,yo aún recordaré esa hermosa escena.