domingo, 24 de julio de 2011

Ella es...

Ella es...
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          Ella es la mujer que, al verla, me pareció ser la mujer más bella que he visto. Fue tanta la ilusión causada en mi por ella que el deseo de acercarme a ella era lo que más me alejaba de ella.
       
          Antes de poder establecer un diálogo productivo con ella la vi unas tres veces y, con tímidos saludos nos mirábamos desde lejos. El primer día en que la vi, entre tantas chicas, la catalogué como bonita. Pero mis ojos, llenos de vanidad y lujuria, no dejaron de mirar entre tantas chicas hermosas. Estaba perdido en  un oasis lujurioso.

          Recuerdo que mis ojos la vieron, la primera vez, sonriendo. Observé su pelo; tan hermoso, largo como hasta su cadera, con el color característico del rubio natural; ese rubio que tienen las niñas blancas que nunca se han teñido el cabello. Su pelo me pareció realmente hermoso.

Su cuerpo era delgado y de un color blanco que proyectaba solo salud y plena juventud. A primera vista tenia la apariencia y mostraba la delicadeza de una niña rica. Estaba vestida de colores claros: un pantalon de color crema claro y una blusa blanca que reflejaba frescura en su cuerpo.

          Mi interés por ella intentaba nacer, pero la veía tan distante que me decía ¡NO!. La segunda ocasión en que la vi, me saludó y me dijo:
--¡Hola!--
--¡Hola!--respondí con simpatía.
--El otro día te vi caminando, pero no quise saludarte porque te vi muy concentrado--me dijo.

          A forma de lamento le dije que debió haberme saludado, que se sintiera en confianza conmigo. Ese día iniciamos nuestra amistad de una forma más concreta. Junto con nuestra creciente amistad nacería y crecería mi interés por ella, por acercarme más a ella y conocerla mejor.

          Aunque pensé que ese diálogo seria la llave del acercamiento a ella, no lo fue. Al menos no de inmediato. La vi unas dos veces más en las que solo cruzamos las palabras de ¡Hola! mutuamente.

         En una de esas ocasiones ella venia caminando y yo iba con una  amiga mía; Natalia. Natalia siempre que caminaba conmigo se asía de mi brazo izquierdo y ese día no fue la excepción. Así la vi venir con unos libros colgados en los antebrazos, vestida con una blusa color verde oscuro y un pantalón crema. Al parecer su destino era reunirse con algunos compañeros de estudio. Nos vimos y solo levantamos nuestras manos y miradas y dijimos ¡Hola!. Ella continuó su camino y yo el mio. Yo, luego de esto lamenté no haberle prestado más atención, pero ya era irremediable. Tomé la decisión de que cuando la volviera a ver seria más atento a ella.

          Recuerdo que un lunes en la mañana llegué temprano a uno de los espacios libres de los edificios universitarios. Ese día llegué más temprano de lo normal, iba con unas cartulinas blancas en la mano derecha y con una ficha con varias hojas y un libro ya leído de "Manuel Matos Moquete" titulado: "Los Amantes de Abril". Iba con el propósito de elaborar la presentación de mi exposición sobre la obra. Tenia planeado colocar algunas letras e imágenes en las cartulinas y elaborar un mapa conceptual para guiarme durante la exposición.

          Al llegar me senté en un banquillo de concreto y comencé a releer la obra tratando de ubicar los puntos más relevantes y los personajes. Mi cabeza estaba, al igual que mi mirada, hacia abajo. Al levantar mi cabeza para descansar el cuello pude alcanzar a verla, pero ella no me vio inmediatamente. Estaba acompañada de tres compañeros universitarios.

          Pude ver como juntos hacían chistes y reían a carcajadas, la vi muy alegre. Pensé acercarme a ella y saludarla y, hasta instalar una conversación, pero por timidez no lo hice.

          Volví a bajar mi cabeza mi cabeza hasta el libro. Aunque, ya no estaba concentrado en la lectura, pues, a cada momento levantaba la mirada con el fin de que nuestras miradas se cruzaran. Hasta que así fue, ella me miró y yo la miré. Inmediatamente me sonrió y levantó su mano derecha para decirme adiós, a lo que respondí con un gesto gesto similar.

          Permanecimos cada uno en nuestro sitio. Yo continué con mis asuntos al igual que ella. De vez en cuando nuestras miradas se cruzaban y nos sonreíamos. El sol alcanzó mi posición y empezó a molestarme. Me paré de mi asiento y sin quererlo, me fui de allí sin siquiera mirarla.

          No se que pensaría ella de esa actitud mía. No se si me vio marcharme de allí o si al menos notó cuando me fui.

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