sábado, 24 de diciembre de 2011

Amar a una mujer

Definitivamente, un hombre alcanza su grado máximo de felicidad cuando ama a una mujer. Todas las demás experiencias pasan a ser trivialidades. Luego de amarla, ya no eres el mismo; eres más vulnerable y tienes un punto débil más.

Yo te amé aquel día. Para mi: la experiencia más maravillosa de toda mi corta vida. Te sentí mía y te hice mía. Por todas mis venas fluyó un limpio placer y mi mente borró, por un momento, todo lo pasado y todos mis anhelos.

Pude verte desnuda y tocar toda tu piel. Olerte, besarte y rozarte fue lo que más hice ese día. Ahogué mis  ansias y mientras ellas morían a cada segundo, crecía en mi corazón un sentimiento.

Amé a una mujer, pero no a cualquier mujer; amé a la mujer de mi vida. Ninguna, por más que sean, podrá sustituir esas foráneas amalgamas de emociones y sensaciones ignotas.

Pobre de mi antes de aquel momento. Me perdía de la más colosal, extraordinaria e insólita felicidad. En mi mente nunca cupo esa gran quimera de amor, placer y felicidad.

Hoy no tengo nada más  que  hacer que agradecerte por permitirme conocer tu cuerpo, tu calor, tu piel, tu olor, tus gemidos sosegados y tus gestos al amar. Debo cuidarte y cuidar este doble secreto.

Estos hermosos y singulares recuerdos invaden mi mente cada día y cada noche. Mientras mi mente, mi cuerpo y mi piel anhelan volver a tenerte, a amarte mi Sirenita de Oro.


Ámame en silencio para siempre.



No hay comentarios:

Publicar un comentario